Los campos de Ban quedaban cerca de Londres. M.
había averiguado que allí estaba López.
Se lo habían llevado. De acuerdo con la información, no quedaba claro si
estaba secuestrado, lo cierto era que no podía volver por sus propios medios. Los
proteccionistas se habían transformado en una banda de perseguidores, por eso,
ir a buscarlo, era riesgoso. Teníamos que tener un buen plan. No conocíamos la
zona y podía ser que nos esperaran.
Ese año M. y J., decidieron ir de viaje a Río,
el año anterior había sido muy duro y necesitaban tener una tregua antes de
seguir con sus vidas. F. se había quedado en una quinta cerca de la ciudad. No
había puesto ninguna objeción, estaba acostumbrado a veranear en la playa pero
no le importó.
López quedó solo, cuidando el bunker, estaba
bien pertrechado y cada dos días recibía refuerzos del exterior. Tenía alimento
y agua para un mes. No había motivos para que hiciera alguna exploración por
eso era inexplicable su salida. No tenía órdenes, aunque en general es de los
tipos que no se ajustan a reglas establecidas, a veces sus incursiones no siguen
patrones estratégicos pero siempre es cuidadoso y encuentra la forma de
regresar sin mayor desasosiego para él y para los que quedan.
El contacto dijo que López salió sin que él lo
viera. Su reporte consignaba que en los días previos López estaba ansioso e
irritable, no mucho más.
A su regreso de Rio, M. y J. no lo encontraron
pero nada hacía suponer que su partida hubiera sido traumática por esa razón
esperaban que el regreso se produjera de un momento a otro. M. advirtió que
López había salido sin sus elementos identificatorios pero le restó importancia
porque no era la primera vez que él se ausentaba en esas condiciones.
F. había vuelto de la quinta y como era de
esperar, retomaron su rutina de paseos matinales y nocturnos que no dejaban de
traslucir una cierta preocupación. Cada
salida entrañaba la esperanza de que al volver se encontraran con la buena
noticia del regreso de López.
Un día M. percibió que la seguían. Lo advirtió cuando estaban con J. haciendo
aprovisionamiento y una mujer se les acercó y les habló en código. M. trató de
recordar palabra por palabra lo que la mujer les había manifestado y como no
pudo decodificarlo con los elementos que tenía en la biblioteca, transfirió la
consulta a un experto en claves. En cualquier momento podía caerle una
inspección en el bunker. Eso era lo que
había dicho la mujer. Seguramente se trataba de alguien ligado a los servicios
de protección.
M. pensó que ya era hora de efectuar una
búsqueda explícita. Con ayuda de algunos hombres de la Asamblea mandaron a
imprimir tarjetas de reconocimiento con la foto de López. No fue fácil la tarea
dado que sus características eran frecuentes en varios sujetos de su tipo.
Al cabo de dos días de búsqueda, dieron con un
hombre que les dijo que la información que necesitaban la encontrarían en el
Centro unificado de datos. El lugar estaba a un kilómetro distante del bunker.
Allí M. fue notificada de que López
había sido llevado a los campos de Ban. También le informaron que todos los
integrantes del bunker serían sometidos a un análisis exhaustivo por parte de
la justicia para evaluar las condiciones de la deportación. Con algunos
artilugios que no vale la pena mencionar, M. consiguió las vías de comunicación
con el centro de Ban a donde López había sido derivado.
En varias oportunidades intentó comunicarse
infructuosamente. No la atendían o cuando lo hacían la comunicación se cortaba
y era imposible acordar un encuentro. M. pensó que los responsables del centro
pretendían algún resarcimiento por la
deportación y ellos no tenían ningún elemento atractivo para efectuar un
intercambio.
Pasados tres días de negociaciones
entrecortadas, acordaron que el domingo 31 de enero, entre las 14 y las 16 horas
se efectuaría la entrega en un edificio abandonado frente a la estación de
trenes de los campos de Ban.
M. quería contratar un vehículo especial pero me
pareció innecesario que un extraño a la comunidad se encargara del transporte.
Me ofrecí a llevarlos en el que tengo asignado.
No voy a negar que el estudio del terreno y las
rutas de acceso a la región, sumado al hecho de las amenazas que en los días
previos recibió M. me generaron una ansiedad extra. Analicé las rutas
cuidadosamente, evalué la posibilidad de llevar algún tipo de armamento
disuasivo pero la deseché. No convenía.
El domingo, después de un almuerzo liviano,
partimos. Elegí la ruta previsible, si nos seguían era sencillo despistarlos.
El color del vehículo se mimetizaba con el asfalto que ese día de enero
destilaba un vaho particular. Al cruzar los puentes que separan a Londres del
conurbano dejamos de respetar los semáforos. Nadie lo hacía argumentando
motivos de seguridad.
Al cabo de cincuenta minutos de marcha sin
interrupciones vimos los carteles que indicaban que estábamos llegando. J.
llevaba la hoja de ruta y daba las coordenadas. Las calle angostas y arboladas
estaban flanqueadas por grandes mansiones. No pude evitar que me llamaran la
atención, estaba segura que íbamos a encontrar un ambiente hostil y en su lugar
veíamos desiertas calles limpias y amigables. Un gran letrero hacía mención a
Balmoral y a Edward Banfield que seguramente debía haber sido el dueño de toda
esa comarca en tiempos lejanos. Dimos unas cuantas vueltas hasta encontrar el
sitio en el que se haría la deportación. La calle terminaba en un cul de sac ,
M. y J. descendieron del vehículo y tuvieron que cruzar por un estrecho puente
de madera hasta encontrar un portón metálico. Un hombre que probablemente sería
el cuidador del lugar, les indicó como abrirlo.
Me quedé esperando al rayo del sol, acomodé el vehículo para que estuviera
listo para evacuarnos, no sabía si
mantener la radio encendida, temía que si nos habían seguido, nos ubicaran y
abortaran la operación. La medida del tiempo siempre se distorsiona por la
ansiedad y el miedo, pero después me di cuenta de que sólo habían pasado unos
cuantos minutos desde que ellos se fueron hasta que vi a M. cruzar el portón
metálico y hacerme una seña levantando el pulgar. Caminaba con López, J. venía un poco más
atrás.