El
traje
Tres veces llamó a la puerta. Era la contraseña.
Le habían pedido que pasara después de las doce de la noche. Diez minutos
después, para ser exactos.
Le iban a hacer una entrega. Debía llevarla al
lugar donde lo estarían esperando.
La puerta negra, tenía el número 100 estampado en plata y unas tachas grandes en
los vértices, también plateadas.
No salía nadie, pero como le habían dicho, tocó
tres veces y esperó.
Pasaron cinco minutos. Con un chirrido como si
le faltara lubricante en las bisagras la puerta se abrió sola. Entró, no sabía
si tenía que hacerlo o si debía esperar afuera, no le habían dicho nada sobre
eso. La curiosidad lo mataba. Estaba oscuro, no parecía haber nadie en la
salita. Era pequeña, al fondo percibió una escalera. Se quedó petrificado. La
puerta se cerró con el mismo ruido anterior. Pensó en la moto, no le había
puesto el candado.
Subí pibe, le dijo una voz desde arriba. No
distinguía bien los escalones y tropezó, golpeándose la espinilla de la pierna
derecha. Cuando llegó a la sala le temblaba todo el cuerpo. Un hombre con
anteojos negros estaba sentado detrás de una máquina de coser. Se dio cuenta
que era ciego.
Agarrá la funda, le dijo. Con cuidado que está
recién terminado.
Era una funda gris, de esas que se usan para
guardar trajes. Le costó levantarla,
pesaba demasiado.
Bajó la escalera despacio. Entre otras cosas, no
quería golpearse otra vez.