lunes, 12 de septiembre de 2016

                                                           El traje

Tres veces llamó a la puerta. Era la contraseña. Le habían pedido que pasara después de las doce de la noche. Diez minutos después, para ser exactos.
Le iban a hacer una entrega. Debía llevarla al lugar donde lo estarían esperando.
La puerta negra, tenía el número 100  estampado en plata y unas tachas grandes en los vértices, también plateadas.
No salía nadie, pero como le habían dicho, tocó tres veces y esperó.
Pasaron cinco minutos. Con un chirrido como si le faltara lubricante en las bisagras la puerta se abrió sola. Entró, no sabía si tenía que hacerlo o si debía esperar afuera, no le habían dicho nada sobre eso. La curiosidad lo mataba. Estaba oscuro, no parecía haber nadie en la salita. Era pequeña, al fondo percibió una escalera. Se quedó petrificado. La puerta se cerró con el mismo ruido anterior. Pensó en la moto, no le había puesto el candado.
Subí pibe, le dijo una voz desde arriba. No distinguía bien los escalones y tropezó, golpeándose la espinilla de la pierna derecha. Cuando llegó a la sala le temblaba todo el cuerpo. Un hombre con anteojos negros estaba sentado detrás de una máquina de coser. Se dio cuenta que era ciego.
Agarrá la funda, le dijo. Con cuidado que está recién terminado.
Era una funda gris, de esas que se usan para guardar trajes.  Le costó levantarla, pesaba demasiado.

Bajó la escalera despacio. Entre otras cosas, no quería golpearse otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario